Mañana es 1 de noviembre y aunque se empeñen en vendernos Halloween, con sus calabazas, los disfraces de brujas y demonios varios, así como los niños pidiendo caramelos con la cesta y la frase "truco o trato", yo sigo siendo partidaria de las tradiciones populares españolas de toda la vida, las de mi infancia.
La tradición del Tenorio nace en el mismo momento que se representó por segunda vez sobre un escenario, un 1 de noviembre. José Zorrilla fue quién escribió esta obra en 1844 cuando tenía 27 años, unos dicen que por encargo, otros que fue un amigo quién le animó a escribir una nueva versión de "El burlador de Sevilla" porque según éste, Tirso de Molina empequeñecía el mito del seductor.
La tradición de representar el Tenorio durante la festividad de Todos Los Santos o víspera de Difuntos se pierde en el tiempo. Existe disparidad de opiniones, unos dicen que Zorrilla la escribió un 1 de noviembre; otros indican que el segundo acto, la escena del cementerio, transcurre durante ese día, pero todos coinciden en afirmar que la costumbre se estableció por los recursos dramáticos que se utilizan en la segunda parte de la obra, donde adquiere protagonismo la muerte, las presencias fantasmagóricas, la redención y la salvación del alma del arrepentido. Todo ambientado en un cementerio donde los muertos cobran vida. También puede que, al representarse por segunda vez un día 1 de noviembre, fecha en la que era habitual representar autos sacramentales, terminara por quedarse como tradición para representar este maravilloso "Don Juan Tenorio".
Otra de las costumbres típicas en vísperas de la festividad de Todos Los Santos es que la casa oliera a dulces, huesos de santo, buñuelos de viento, roscos, o las celebradas gachas. Celebradas porque no las volvías a comer más en todo el año. No he encontrado el origen de este postre, pero según contaban los más ancianos, la superstición tiene la culpa. Parece que con la mezcla de agua y harina se formaba una especie de "masilla" con la que se taponaban las rendijas y cerraduras de las casas la noche de Todos Los Santos para que no se escaparan las almas de los muertos propios ni entraran los espíritus extraños. Si sobraba parte de esa masa, a la mezcla se le echaba azúcar o miel y se convertían en una cena dulce. Estas gachas andaluzas se han terminado llamando gachas cordobesas, siendo conocidas así en todas partes, aunque en algunas zonas de Jaén se preparan igual añadiéndole frutos secos en vez de pan frito, o ambas cosas. Las gachas son fáciles de hacer y con ingredientes que todos solemos tener en casa. Yo las hago de leche, pero hay a quién le gusta de agua. De hecho, mi abuela que fue quién nos enseñó a mi madre y a mí, las hacía de agua porque no le gustaba la leche. Son más ligeras, no empachan tanto, pero a mí me gusta más como saben con leche. Os dejo la receta...
1 litro de leche o agua
150 gr harina
250 gr azúcar
150 ml aceite de oliva
2 cucharadas de matalauva (o en su defecto un chorreón de anís)
1 cáscara de limón
1 rama de canela
pan del día anterior
azúcar para decorar
canela molida
1. Freímos el pan que habremos cortado en "cuscurrones", (que es el nombre que se le da) o trozos desiguales. Se escurren y reservan.
2. Seguidamente freímos en ese mismo aceite la cáscara del limón, reservamos un trocito para que luego hierva con la leche.
3. En ese mismo aceite también, echamos una cucharada de matalauva y retiramos la sartén del fuego. El calor ya acumulado tostará los granos pero hay que tener cuidado de que no se queme, ya que le daría mal sabor al aceite. Se cuela el aceite y lo pasamos a un perol que es donde mi abuela y el resto de generaciones hemos hecho las gachas en mi casa. Lo dejamos templar un poco.
4. Mientras, vamos a hacer un majado que es el sello de la casa y el toque "Carmela". Troceamos con las manos una rama de canela, deshaciéndola en astillas y la echamos en un mortero acompañada de la otra cucharada de matalauva. La machacamos muy bien hasta que quede reducido a polvo. Reservamos.
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